Francisco representaba la mejor época de América Latina
En julio de 2013, tres millones de personas se congregaron en la playa de Copacabana para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud y ver al Papa Francisco en su primer viaje al extranjero como nuevo líder de la Iglesia Católica. Era sumamente simbólico que el primer Papa latinoamericano viajara a la nación con mayor número de católicos, a la que la mayoría de los economistas calificaban de futura superpotencia.
Cuando el cardenal Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa en 2013, el ascenso de Latinoamérica parecía inevitable. Ese año, Brasil superó brevemente al Reino Unido en términos económicos, convirtiéndose en la sexta economía más grande del mundo. Brasil también albergaría la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Verano de 2016. Gracias al auge de las materias primas de la década del 2000, muchos países latinoamericanos habían atravesado un período de fuerte crecimiento económico y habían superado la “Gran Recesión” mejor que la mayoría. Estados Unidos, con una creciente población latina, se consideraba preparado para eventualmente interconectarse cada vez más con la región. Venezuela, bajo el mandato de Hugo Chávez desde 1999 hasta su muerte en 2012, había, para bien o para mal, convertido a su nación en un actor clave en el escenario mundial. Liderando el Socialismo del siglo 21 y una voz destacada del antiamericanismo a nivel mundial, Chávez también había visto a su nación atravesar un alza en los precios del petróleo y la había convertido en el segundo PIB más grande de Sudamérica. La región estaba cada vez más unida, con más foros y cumbres entre líderes regionales como el MERCOSUR, la Alianza del Pacífico y la CELAC.
El nivel de vida y los ingresos de la región estaban en aumento y la migración a Estados Unidos había disminuido desde la “Gran Recesión”. Brasil, en particular, tenía grandes expectativas, y muchos economistas pronosticaban que pronto se convertiría en una de las cinco principales economías del mundo. La elección de Bergoglio, quien adoptaría el nombre de Francisco, marcó la primera vez que un no europeo lideraría la Iglesia católica desde el siglo VIII. Latinoamérica era la región con más católicos del mundo, y contaba con los dos países con mayor número de católicos: Brasil y México. Sin embargo, el hecho de que un hombre proveniera de esta región y no de Norteamérica, Asia o África fue significativo. En 2013 y 2014, Forbes situó a Francisco como la cuarta persona más poderosa del mundo, solo por detrás de los presidentes de Estados Unidos, Rusia y China.
Por desgracia, todo se desmoronaba. 2014 marcó el inicio de una grave recesión económica en Brasil y de violentas protestas en Venezuela. La recesión contribuyó en gran medida al inicio de las investigaciones de Lava Jato en Sudamérica y derribó al gobierno de Dilma Rousseff.
Venezuela se encontraba en una situación aún peor. Las protestas de 2014 provocaron la muerte de 43 manifestantes, mientras el gobierno respondía brutalmente a quienes protestaban contra la inflación, la delincuencia y la escasez crónica. Fue una prueba temprana de cómo el gobierno de Nicolás Maduro, sucesor de Chávez, sería mucho más brutal. En 2015, después de que su partido, el PSUV, perdiera la mayoría en el Congreso, Maduro tomaría medidas para destituirlo. Para entonces, un creciente número de venezolanos comenzó a huir, una cifra que ha ascendido a alrededor de 8 millones, siendo Colombia y Perú los países que albergan a la mayor cantidad. La economía venezolana se ha contraído alrededor de un 75% desde el inicio del mandato de Maduro. Brasil, por su parte, ha pasado de la sexta a la décima economía más grande y ya no parece un candidato a convertirse en una superpotencia económica. En la década de 2010, mientras que la mayoría de las naciones experimentaron crecimiento, la región en su conjunto se contrajo debido a las recesiones en Brasil y Argentina, y al masivo colapso económico en Venezuela. Especialmente desde la pandemia, la década de 2020 vio una renovada migración desde Latinoamérica hacia Norteamérica y Europa. Varios países, como Ecuador y Perú, están experimentando oleadas históricas de delincuencia que están obligando a muchos a irse. La década de 2010 se ha comparado con la de 1980 como otra “Década Perdida” para el continente. EEUU, a pesar de tener casi el 20% de su población siendo Latino, ahora tiene un Presidente que tiene como mensaje principal su enfoque en deportar a migrantes indocumentados, en su mayoría latinos.
Si bien cualquiera de los cardenales podría ser elegido, es menos probable que otro latino se convierta en el próximo Pontífice. Para el Mundial de 2030, Sudamérica recibió las migajas; solo los tres partidos inaugurales de un total de 80 se celebrarán allí, el resto en Europa y el norte de África. Los bloques regionales como la CELAC y el ALBA se han debilitado y divididos por líneas ideológicas. Esto, en comparación con Europa, que enfrenta muchas dificultades y la salida del Reino Unido de la Unión Europea, sigue siendo un poderoso frente unido en una serie de temas. La UE también es miembro de organizaciones como el G20 y el G7. La Unión Africana también ha avanzado mucho y recientemente se incorporó al G20.
Para América Latina, la desunión se agudizó este año, cuando se programó una reunión de la CELAC en Honduras tras un altercado público entre Trump y el presidente colombiano Gustavo Petro, la cual fue cancelada poco después. Al parecer, muchos países no querían mostrarse proactivos frente al presidente estadounidense. Para que Sudamérica alcance su potencial, sus líderes deben mantener a raya las bases ideológicas, dialogar y formular respuestas unidas a los problemas mundiales. De lo contrario, corre el riesgo de quedar relegado a un segundo plano en los asuntos internacionales.
ALONSO VELÁSQUEZ