CUENTO BREVE
Por Pablo D. Perleche
Parece
que fue ayer, estas calles tan extrañas. Cómo iba a saber que, a
los cincuenta y cinco años, siguiendo los sueños de mis hijos,
llegaría a estas tierras de Hartford, Connecticut.
¿Qué
hubiera pasado si me hubiera quedado? Mejor ni pensar, el tiempo
corre sin frenos y se apropia de tu vida cuando ni siquiera terminas
de disfrutar un momento dado. ¿Cuántas cosas mejores o peores
hubiera hecho? Solo Dios lo sabe. Llegué con una profesión pero sin
el idioma requerido, eso significaba luchar contra el tiempo. Hasta
que toqué la puerta de la radioemisora.
–Bueno,
hay una plaza disponible ¿qué experiencia tiene en ventas, además
de estos títulos?
–En
mis años jóvenes me dediqué a vender electrodomésticos en el
Perú. Tuve la oportunidad de vender los primeros televisores que
llegaron a Lima.
–Suena
interesante.
–Sí,
los clientes me llamaban solo por los televisores, y acababa
vendiéndoles lavadoras, refrigeradoras, cocinas y más.
–Bueno,
amigo allí tiene todo el mercado hispano de Hartford, el cielo es el
límite.
Y
así comencé y llegué a tener una de las mejores carteras de
clientes de publicidad radial en el ambiente hispano. No me puedo
quejar. Incluso fui el primero en incursionar un programa netamente
peruano en la radio comercial hispana de Hartford, allá por 1988.
Compraba una hora y ponía música y noticias del Perú. El programa
salía cuando podía o mejor dicho cuando conseguía mis cuatro
auspiciadores. No tenía día, ni horario fijo. Pero siempre salía
el 28 de Julio, con las notas del Himno Nacional, algún invitado
especial, noticias de la lejana patria y claro la música peruana.
Tengo
tantos recuerdos, tantos casetes grabados, tantos amigos. En esta
nueva tierra vi nacer y crecer a mis nietos, y vi morir a mi esposa
que me acompañó durante medio siglo. Sí, acabo de cumplir los
setenta y tres años y toda la vida se agolpa en mi mente. Debo
escribirla antes de que sea demasiado tarde. Quise escribir algo así
cuando cumplí los cuarenta. Hice muchos borradores, pero sin
concretarlos. Los fui dejando para más tarde. No puedo darme ese
lujo a mi edad.
–¿Viejo,
otra vez soñando despierto?
–No
hijo, ¿te acuerdas de mi “Jungla de Cemento”? nunca la
terminé.
–Cuando
viajaste apurado dejaste tus borradores, te los traje todos.
–Pues
ahora quiero terminarla, ya planté árboles, tengo hijos y nietos,
me falta escribir el libro.
–¡Qué
bueno!, ya sabes si quieres ayuda, aquí estoy.
–Si,
ayúdame a revisarlo y sobre todo búscame un título original. El
título “La Jungla de cemento”, ya lo han usado.
–Ahora
mismo estoy trabajando en un cuento y le estoy por poner “Itinerario
desconocido” o “La vida es una tómbola”.
Puedes usar cualquiera de los dos, si te gustan.
–Itinerario
desconocido…
Itinerario
desconocido…suena bien, me gusta.
–Pues
es tuyo.
Y
aquí estoy trabajando en mi libro, qué buen título me consiguió
mi hijo. Tengo que acabarlo rápido, no sea que se me adelanten
también en este título. Tantas anécdotas, alegrías y tristezas,
actos casi heroicos y otros que mejor ni recordar con los cuales
escribir una novela. Escribir un libro, es no morir del todo. Menos
mal que tengo mucho material con que trabajar: Mis padres cada uno
proveniente de una familia de más de diez hijos, mis tres hermanos,
mi esposa, mis cuatro hijos y mis nueve nietos.
Mi
nacimiento en la norteña Lambayeque. Mi llegada a Lima a los cuatro
años en un vapor, bordeando la costa. Era el mejor medio de llegar
de Lambayeque a Lima pues aún no existía la carretera Panamericana
y los pocos autos que atravesaban los valles y desiertos estaban
expuestos a ser asaltados por bandoleros, como en las películas de
los westerns del lejano oeste. Mi niñez y juventud en los Barrios
Altos, en un edificio de quincha ancho y alto que parecía moverse
onduladamente cuando todos sus ocupantes lo recorrían, razón por la
que lo llamaban el
Buque.
Mi primer trabajo a los doce años en el servicio de Correos, tuve
que aparentar dieciséis para poder ingresar, no sé cómo lo hice,
pero lo logré. Por eso tuve que terminar mi secundaria estudiando de
noche y durante el día repartía telegramas en bicicleta.
Más
adelante mis tres años de estudios en la Universidad de Buenos
Aires, Argentina donde me volví hincha del Boca, del vino y de las
carnes a la parrilla. Paralelos fueron mi noviazgo y mi reinserción
al Perú cuando Perón no permitió el regreso de estudiantes
extranjeros que estaban de vacaciones en sus países. Casi seguido
fue el matrimonio con la mujer de mi vida. Y luego el servicio como
auditor tributario en el Ministerio de Economía en Lima.
El
haber trabajado para el estado desde tan temprana edad me permitió
jubilarme a los cincuenta y cinco. Así pude viajar a los Estados
Unidos, a pedido de mis hijos. Solo uno quedó en Perú, pero ya
llegó y ahora venimos a darnos cuenta que a los dos nos gusta
escribir.
Bueno
basta de tener los recuerdos dando vueltas, al escritorio y a
plasmarlos en papel. Pero, ¿qué esto? ¿qué pasó con la luz?,
está todo oscuro, que raro nunca había visto algo así. ¿Estoy en
un túnel? Y ese resplandor que viene tan rápido ¡Oh Dios que bello
es este lugar!
–Es
usted familiar
–Soy
su hijo mayor, doctor, ¿cómo está?
–Mire,
lo siento mucho, su padre falleció, pese a todo el esfuerzo de los
paramédicos por revivirlo.
–¡Dios
mío, mi padre…!
–Tranquilo,
mire le soy sincero, el día que a mí me toque, desearía la muerte
que tuvo su padre. Ni se enteró, fue un infarto cardiaco masivo,
nunca supo lo que pasó, fue como apagar un interruptor de
luz.
–Gracias
por sus palabras doctor, él estaba muy triste desde hace un año,
cuando murió mi madre. Pero últimamente se le veía tan animado.
Nada indicaba que se iría tan rápido.
–Amigo,
se va el niño, se va el adulto o el anciano. Nadie sabe cuándo ni
dónde va a acontecer, la vida es así. Solo hay algo cierto, el
nacer, si es que nos es permitido, el resto de nuestra vida tiene un
itinerario
desconocido.